Ficción económica: Un nuevo orden energético-computacional
- Victory

- hace 6 días
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Cómo la alianza EE.UU.–Arabia Saudita anuncia un nuevo orden energético computacional.

El propósito de una ficción histórica.
Como muchos, crecí disfrutando de contenidos de ciencia ficción y de ficción fantástica, luego pude sumergirme en la lectura de autores como Verne, Asimov, Aldiss y Shelley: Todos me marcaron por la misma razón. No escribían sobre tecnología, sino sobre lo que la humanidad podría vivir con ella. Asimov, en sus editoriales, lo definía con precisión: La ciencia ficción es el género que explora las respuestas humanas frente a cambios científicos y tecnológicos profundos. Es decir, no escribe sobre piedra predicciones sobre el futuro, explora posibilidades.
Yo creo que la ficción es un juego, no uno para divertirte, sino uno para ejercitar nuestra capacidad natural humana. Una copia de baja resolución del mundo para explorar con agilidad posibilidades y así fortalecernos hoy; Sin romanticismo les confieso que al explorar el mañana me siento un poquito más tranquilo en el presente.
Mi propósito aquí no es construir diapositivas futurológicas que te resuman mi investigación, este es un ensayo al cual están invitados solamente quienes lleguen a la última línea, la primera de varias Ficciones Económicas, espero.
Un futuro donde la energía será un más fiable referente que el dólar.
La semana pasada, en Washington D.C., Estados Unidos y Arabia Saudita dieron un paso que podría redefinir el tablero económico del siglo XXI, están obligados a hacerlo y nosotros a ser espectadores. Lo que a primera vista parece otro acuerdo de inversión bilateral es, en realidad, el borrador de un nuevo orden energético y computacional diseñado para sostener la inteligencia artificial y el poder digital de Occidente durante las próximas décadas
El paso lo anunciaron meses atrás en territorio Saudí, mostrando una maqueta, un cliché de película donde iluminaban lo que sería una central nuclear para alimentar datacenters, y meses después repitieron la reunión y el anuncio con un mayor énfasis en poner esas soluciones en la baja órbita espacial de la tierra.
Mientras buena parte del mundo sigue atrapada en debates sobre inflación, tasas de interés y ciclos electorales, Washington y Riad ya piensan en las próximas décadas. Esto verdaderamente representa un “cambio de paradigma”, término acuñado en 1962 por Thomas Kuhn refiriéndose a que si las reglas que sirvieron durante un siglo ya no describen el mundo que estamos construyendo ocurre el gran cambio, es decir, eso de presionar un botón desde un banco central para crear dinero del aire justificado en que es una deuda por pagar, es un mundo impagable, por ello nos llevarán a uno nuevo.
Un pacto hoy.
En el Foro de Inversión EE.UU.–Arabia Saudita, representantes del príncipe heredero Mohammed bin Salman**,** junto a los icónicos ****Elon Musk (SpaceX, xAI) y Jensen Huang (Nvidia) anunciaron algo que hasta hace poco pertenecía al terreno de la ciencia ficción: supercomputadoras de inteligencia artificial alojadas en satélites capaces de captar energía solar permanentemente.
Musk afirmó que en menos de cinco años la forma más barata de ejecutar IA será desde el espacio.
¿Por qué?
Porque la Tierra no tiene suficiente capacidad energética ni infraestructura de enfriamiento para sostener modelos avanzados que consumirán gigavatios y teravatios continuos. El planeta simplemente no da abasto.
Huang lo sintetizó con precisión industrial:
“El 95% del peso de un supercomputador hoy para sistemas de enfriamiento. En el espacio, ese problema se reduce”.
Arabia Saudita —un reino que piensa en escalas de siglos, no de ciclos electorales— comprometió billones de dólares en inversiones tecnológicas en centros de datos de 500 MegaWatts (MW), compras masivas de chips Nvidia, alianzas con xAI (la división de inteligencia artificial de “X”, antes twitter) y proyectos en minerales raros para sostener la cadena global de semiconductores.
La alianza EE.UU.–Arabia Saudita une los sectores críticos para el futuro:
supercomputación
IA
energía solar a escala
ingeniería espacial
minerales raros
semiconductores
enfriamiento avanzado
robótica
Y posiblemente la consolidación de una blockchain energética que permita alinear las capacidades de Occidente
El mensaje es claro: Estados Unidos pone la tecnología; Arabia Saudita facilita recursos para la obtención de energía.
El nuevo gran diseño, La mega-esfera energética.
Las ciudades representan en sus vastas extensiones un consumo eléctrico que es capaz de dormir en las noches gracias a que sus habitantes lo hacen, hay momentos de menor demanda, que contrastan con las pequeñas ciudades insaciables que el mundo necesita levantar en “un lote”, centrales de datos que necesitan operar 24/7 para sostener las infraestructuras de salud, agro, banca que poco a poco insertan la inteligencia artificial en sus procesos. El planeta se enfrenta al rediseño de sus redes eléctricas, pensadas para distribuir una demanda moderada entre millones de hogares y fábricas, ahora tendrá zonas demandando impasiblemente suministro.
¿Por qué consume tanta energía el nuevo mundo?, la razón es esta, pensar significa transformar energía, y sea inteligencia artificial o inteligencia natural, es constante y tiene un costo. Nuestra cabeza trabaja incluso mientras dormimos, debemos pagar con 8 horas de sueño las otras 16 que estamos despiertos, o pagar menos y transferir el pago a un impuesto emocional que afecte nuestro desempeño, pero ese es otro cuento.
A esa noosfera, a esa capa planetaria de pensamiento en construcción le cuesta todo, le cuesta olvidar (Borrar un bit exige energía mínima, Rolf Landauer, 1961), almacenarla también, encontrarla, compararla y generarla ni se diga, cuesta energía, vatios, newtons, teravatios… Unidades que no pueden falsificarse, no pueden imprimirse bajo decreto, no pueden lavarse, y describen valor real, no ficción contable.
El dinero, como la narrativa que es, sería una ficción amenazada por la naciente obsesión por medir con una unidad física, la energía misma.
Estaremos pasando de una economía que dependía del cuerpo humano como fuente principal de rendimiento a una donde ya reemplazados, se constituya como la sociedad del voltaje, donde el límite ya no es psicológico sino energético.
Los wearables, sensores biométricos y sistemas de diagnóstico continuo convertirán incluso la energía metabólica humana en un flujo medible dentro de esta economía. Nada quedará fuera del registro energético.
Es la visión que Foucault habría entendido como un nuevo tipo de biopolítica: una donde la vida se mide no en datos demográficos, sino en unidades de energía transformable. Se le pagaría más a quien tiene el potencial para transformar más energía, al físico, al chef.
Cuando la energía se convierte en la moneda absoluta, la desigualdad deja de ser económica y pasa a ser física, pues están a un lado quienes pueden pagar por una mayor transformación, almacenamiento energético, quienes a su vez pueden aumentar sus capacidades humanas. Yuval Noah Harari ya alertaba sobre la aparición de una “clase inútil”, compuesta por todo aquel reemplazable por inteligencia y/o robótica, desde médicos hasta camioneros.
Aquí vemos el mecanismo real: será inútil no el que pueda ser reemplazado por lo que hace hoy, sino aquel que genere menor transformación beneficiosa para el sistema. Las naciones que no puedan nutrir los cerebros de su población, quedarán fuera del mapa productivo, o bien, las Mega-compañías que surjan dejarán las naciones como lo que son, narrativas del pasado. Un sistema donde el acceso a la energía equivale al acceso al porvenir. Una arquitectura global donde la inclusión y la exclusión ya no dependen de fronteras políticas sino de umbrales energéticos.
La hora-hombre: la otra ficción que se desmorona.
Este nuevo pacto llevaría al límite la forma de negocias basada en el tiempo. Una métrica heredada del modelo industrial, aunque creo firmemente que la heredamos del pasado esclavista, divide la vida humana en tres: trabajar, dormir, disfrutar. No mide impacto.
Un mecanismo facilista para la tabla de excel, el cual logra que nadie sea dueño realmente de su tiempo, si acaso que apenas lo administre. Y en ese marco subyace el defecto fatal: la eficiencia se castiga, hacer algo en menos tiempo es un mal negocio, hacerlo lento es rentable. Por décadas nos tragamos esa ecuación sin masticarla, pero el presente, la inercia tecnológica imparable, nos dejó sin excusas, las industrias deben desprenderse de esa trampa:
Inventamos máquinas capaces de resolver en segundos lo que antes nos tomaba horas… y aun así algunos insisten en una contradicción absurda. La hora-hombre nunca midió valor generado. Midió obediencia y permanencia, su vigencia es un síntoma, no una decisión; la seguimos usando porque es cómoda, evita fricciones, brinda la ilusión de orden, permite esconder ineficiencias detrás de calendarios.
Si una máquina puede hacer en segundos lo que un equipo humano tarda días, ¿Qué se supone que vale más?, ¿La duración del trabajo o la potencia del impacto?, Un mundo nuevo exige una métrica nueva.
Una métrica sensata: El Potencial por Dólar.
En física, potencia es la velocidad a la que se transforma energía, el presente demanda una nueva obsesión, la de medir la velocidad a la que transformamos inversión en impacto.
La pregunta es implacable y necesaria:
Por cada dólar invertido, ¿Cuál es el máximo retorno que un equipo o individuo es capaz de generar?
Eso es Potencial por dólar, la capacidad histórica y proyectada de una organización o individuo de transformar cada unidad de recurso invertido en un múltiplo de valor real. Aunque el día de mañana, siguiendo el curso de esta ficción, el dólar desaparezca y sencillamente midamos el potencial en Julios/Joules (J). Es la única unidad que no depende de la fuente, sirve para medir energía solar, nuclear, eléctrica o metabólica, desde un cerebro pensando, un modelo tipo LLM infiriendo, un músculo contrayéndose, un panel solar recibiendo luz, un motor eléctrico acelerando. Es el denominador común entre biología, física, robótica e inteligencia artificial, cuánto potencial genera cada Joule invertido por alguien o por algo, esa sería la pregunta del futuro en esta ficción económica.
Ciencia Ficción vs. Ciencia Real
Aquí es donde la narrativa exige una distinción fundamental:
Los escritores de ciencia ficción como Julio Verne, Isaac Asimov, Brian Aldiss, y Mary Shelley, imaginaron futuros posibles. Exploraron horizontes, anticiparon dilemas, modelaron el mundo inspirando a otros.
Los divulgadores científicos como Carl Sagan, S. Hawking, Roger Penrose, explicaron descubrimientos reales, las tecnologías que ya se están desarrollando, todavía lo hacen voces como Michio Kaku, Neil D. Tyson, comparten sobre avances que pasarán del laboratorio o el observatorio a la vida cotidiana.
Hoy ambos mundos se cruzan, la especulación literaria se ve alcanzada por la ciencia, la cual sentiremos avanza 100 años en solo 5 a partir del 2050, así lo estiman en algunos escenarios globales sobre el tema (SXSW, 2024), lo que llevaría a las organizaciones de pasar de tener un modelo de negocio permanente a un “new business operation model”, a abrazar constantemente el cambio, inspirados por gigantes.
Una economía global basada en la producción, transformación y almacenamiento de energía como moneda universal es plausible en unas décadas, quizá tengamos la oportunidad de verlo siendo ancianos y no sentirnos sorprendidos por el cambio.
La primera fase del sistema económico que dominará este siglo se tangibiliza en la alianza entre EE.UU. y Arabia Saudita, tratan de llevarle el ritmo a China quien lleva quince planes para cada quinquenio desde el siglo pasado, por ello no es un acuerdo aislado sino una declaración de intenciones del que pretende ser el nuevo orden energético-computacional.
El futuro no depende del dinero,
sino de la energía que podamos controlar.
Algunos links interesantes:
El Foro de Inversión EE.UU.–Arabia Saudita:
El fin de un modelo económico del pasado:

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